sábado, 30 de abril de 2011

Cuando la derecha con su prensa sedienta de lapidación imaginaban poner en mala situación a Ollanta Humala apelando a su supuesto programa estatista y pro chavista, esperando también que aflore de él su más recio nacionalismo y evidenciarlo como un candidato descarriado. Un giro inesperado en su discurso deja descolocado a sus opositores.

Y es que el nacionalista está casi desconocido. Su ácida prédica anti sistema a sido cambiada por un suave susurro casi inofensivo que ha dejado perplejos a propios y extraños. La razón, el temor a ser demolido por la maquinaria publicitaria de los grupos económicos. Ha invertido su jugada. No le interesa conquistar a la población en torno a su programa (que exhibe algunos yerros), si no que lo graduando y lo ha adecuando para evitar un linchamiento político y disipar el miedo que intentan infundir.

La táctica hasta el momento le está dando resultados. Además ha logrado el compromiso y apoyo de muchos profesionales e intelectuales que garantizarían un Ollanta equilibrado.

Por otro lado a Keiko Fujimori que marcha segunda en las encuestas, no le quedó más que copiar la formulilla. Tuvo que pedir perdón a medias por los excesos de papito, reconocer que cometieron errores, que muchas medidas fueron extremas y abusivas y bla, bla, bla. Se cuidó mucho de no mencionar crímenes ni el asalto al erario nacional. La prensa se dio por satisfecha con este perdón tardío que obvió a los familiares de los espantosamente asesinados y a su propia madre víctima de la infamia del dictador.

Sin embargo, tras su candidatura están los impresentables y cómplices que acompañaron a su padre. Jaime Yoshiyama quien presidió el congreso más corrupto y el mismo que aprobó la ley que liberó a los asesinos de los estudiantes. La inefable Martha Chávez, la que presentó la ley y dijo que los universitarios se habían auto secuestrado y auto asesinado. El siempre ubicuo Raphael Rey para defender lo indefendible, enemigo jurado de los derechos humanos. Y otros tantos más que asaltaron y se enriquecieron bajo el amparo de una dictadura que ahora apela a nuestra débil memoria.

Ahí están como en sus mejores tiempos los mismos que destroncaron los poderes, degradaron a las fuerzas armadas, compraron tránsfugas, prostituyeron a la prensa, los mismos que sacaban la cocaína en el avión presidencial, etc. Toda una partitura fujimorista en un cortejo de retorno de procesados y fugitivos morales con ansias de venganza y completar el latrocinio.

Y como era de esperar, desde el púlpito de la Catedral de Lima, un desvergonzado fraile del fujimorismo, de los crímenes y la corrupción, el Cardenal Juan Luis Cipriani, ataca a cualquier personalidad que osa apoyar a Ollanta y llama a la reflexión a los feligreses insinuando sin ningún aspaviento votar por su candidata.

sábado, 16 de abril de 2011


“…En Perú el presidente tiene un poder, no puede hacer presidente al que él quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiere”, “…Pero si el Presidente y el Gobierno hacen bien las cosas logran inversión, generación de empleo y extensión de los servicios, resulta casi imposible que el pueblo vote en contra de ese modelo”
Estas fueron las palabras con su respectiva aclaración que hizo en marzo 2009 el presidente Alan García proclamando la sepultura política del líder nacionalista Ollanta Humala. La intención era simple, evitar que en el 2011 se repita un escenario electoral de riesgo como en el del 2006 y él, mandamás todopoderoso, iba a disponer de todos los recursos a su alcance para lograrlo.
Naturalmente como el mismo presidente lo aseveró para no dar pié a la suspicacia, era el sistema económico que lideraba el que se encargaría de sitiarlo y enterrarlo, pues éste al solucionar los problemas de empleo, pobreza y salud era obvio que la gente no optaría por una aventura como la que significaba la propuesta del líder opositor. Los meses posteriores, cuando aparecías las primeras encuestas con un solitario Castañeda con más de 30% de intención de voto y Ollanta muy rezagado con apenas un dígito, parecía que la premonición presidencial se hacía verdad.     
Sin embargo, Alan es conocido por sus frases grandilocuentes, torpes aseveraciones y erráticos apoyos electorales. Y la mera realidad es que a pesar de sus siempre triunfalistas afirmaciones sobre su éxito gubernamental, las elecciones recientes en la que un casi muerto Humala logra el primer lugar, dejan descolocado al mandatario y tirado por el piso su jactancioso oráculo. La soberbia y el triunfalismo de la que hace gala siempre le han impedido analizar y comprender la situación del país.
Ni siquiera hizo caso a los toques de alerta que dieron las encuestadoras cuando afirmaban que más de un 73% de peruanos no estaban contentos con el modelo y necesitaban de un cambio urgente. Se hizo el sueco con la corrupción, sordo con los reclamos sociales y ambientales, el agilito para rematar los puertos del país y las tierras de las comunidades. La pobreza flagela a un tercio de la población, la educación pública es una lágrima y la salud dos. Los ricos más ricos y los pobres más pobres. ¿Este es el sistema exitoso que defenderían los pobres?
Alguien de su entorno debe hacer pisar tierra firme al presidente y hacerlo entender que el primer mundo al que nos encaminaba es una fábula un poco cruel. Que la pobreza no es una estadística si no son personas olvidadas que para el INEI son menos en este lustro pero en la realidad son más, porque no es lo mismo 30% de veintitrés que 30% de treinta millones de habitantes.  Y que los peruanos en estos comicios han apuntado en un sentido distinto al que apuntaba nuestro discursivo y monótono presidente.
Punto aparte, hoy 16 de abril el Grupo Wayrak cumple 30 años promoviendo la cultura. Un apretón de manos a Perico y Beto por las utopías, que como lo afirma Eduardo Galeano, nos ayudan a avanzar. 

viernes, 8 de abril de 2011


Si pensábamos disfrutar de un contrapunto sabroso entre los candidatos con respuestas y réplicas típicas de la confrontación electoral y los contrastes políticos, nos ensartamos. Apenas una repetición cansina y panfletaria de sus promesas bastante escuchadas, leídas y observadas en sus acaudaladas campañas.
Y es que en realidad, por las características propias del formato, condujo a lo que debería ser una buena oportunidad para escucharlos, en una ajustada y tediosa exposición que no ha satisfecho a nadie y que, es muy probable, no haya movido las aguas agitadas de la intención del voto. Fue una reiteración infructuosa de su publicidad electoral. 
Pero valdrían algunas preguntas ¿Cuán importante es conocer el programa político de cada candidato? ¿Qué define una elección, el programa, lo que los medios de difusión interesadamente inducen, acaso el temperamento del candidato? La respuesta quizás sea una fusión de muchas cosas debido a lo inmadura y fracturada educativa, económica y políticamente que se encuentra nuestra sociedad.
Pero lo que sí es indudable es que para gobernar las promesas y los programas como los que escuchamos hasta el hartazgo estos días no sirven de nada. Ni siquiera para la ilusión. La historia lo registra y la memoria nos recuerda una dolorosa constante: el candidato ganador nunca cumplió con lo que ofreció y lo que plasmaron en sus programas lo tiraron al tacho ni bien se hicieron de la franja presidencial. Tenemos una galería de ejemplos para saciarnos.
Entonces votar en el Perú ya no es un acto de adhesión con lo sustancial de las propuestas, menos aún con el soporte ideológico, si no una identificación con las formas y artes histriónicas de cada postulante, con lo que la prensa informa de acuerdo a sus intereses, con lo expectoran las campañas abyectas. Esta conducta fue construida alevosamente desde el fujimorismo para guillotinar la política como un ejercicio de servicio y de libertad ciudadana para convertirlo en un botín empresarial. De esa manera el descontento se disipa y se trasvasa de un postulante a otro.
Por eso tenemos candidatos de todo calibre y todos dentro de las reglas de la farándula barata y el exabrupto constante. Olvidaron que están postulando a la primera magistratura de un país pleno de historia y expectante de un futuro mejor y no a la administración de un circo barato. Y que su obligación es, desde su campaña misma, educar y  formar a los ciudadanos con el ejemplo y la información adecuada y no denigrarlos como lo hacen con mucho empeño. El debate de marras sólo fue un magro saludo a la bandera y una tomadura de pelo más.