domingo, 19 de junio de 2011


El conflicto de Puno, protagonizado por la nación Aymara y trasladado ahora a la capital, son el anticipo de lo que se puede advertir, una etapa de profundas y sostenidas reclamaciones del interior de país. Lo que obligará al próximo gobierno de Humala a establecer bien el orden de prioridades de atención, al mismo tiempo definir adecuadamente con su equipo hasta donde puede el estado, ya en sus manos, atender y ceder a las demandas de las regiones siendo leal a sus ofertas electorales.
Y es justamente el tema de la minería lo que le causará los primeros y más fuertes escozores. Sabemos que no sólo en Puno hay un profundo malestar por las concesiones indiscriminadas y la explotación minera, sino también en la costa, en el centro y el norte del Perú, siendo tal vez la más célebre la terca insistencia por parte de Yanacocha de explotar el cerro Quilish contra la voluntad férrea de la población.
La ausencia de una consulta a los propietarios de las tierras, la manipulación de las licencias sociales, la contaminación de las fuentes de agua, la destrucción de su modo de vida y la falta de respeto a la tradición cultural al pulverizar sus Apus, montañas sagradas veneradas por las comunidades andinas, que son parte vital de su cosmogonía, y la falta de una equitativa distribución de la ganancia, generan desazón y rechazo a la inversión minera. Aspecto que el gran capital se niega a entender y que el estado y sus pomposas cifras han pasado por alto.
A esto debe sumarse la avalancha de reclamos de los habitantes de la selva cuyos bosques han sido dados en explotación ilegalmente, sin respetar los convenios con la OIT. Todos los marginados por el sistema han puesto sus esperanzas en Humala, algo sabio tiene que concebir para atender sin afectar la gobernabilidad ni la estabilidad que requiere.
Sin embargo no son estos los únicos problemas potenciales a enfrentar, también arribarán reclamos de los docentes universitarios, de los maestros marginados con el cuento de la evaluación, de los jubilados que mueren sin poder cobrar sus beneficios judicialmente ganados, de los desocupados, de las ciudades jaqueadas por la violencia delincuencial. En fin, de todos aquellos para quienes el crecimiento económico solo ha sido un falaz espejismo.  
 

sábado, 11 de junio de 2011

Si la política es una ciencia y gobernar un arte, necesitamos todos los peruanos, hoy más que nunca, que el presidente electo Ollanta Humala apele a esos dos conceptos para definir adecuadamente el nuevo rumbo de su mandato y la manera de implementarlo. Deberá mostrar además mucha valentía y entereza.

Considerando que luego de varios años en carrera política el nacionalista ha adquirido experiencia y evolucionado en parte su pensamiento, es fundamental que ni los grandes industriales ni su prensa sigan marcándole la agenda como sucedió durante la campaña. Obviamente, muchos de los cambios sufridos en su programa original para la segunda vuelta son entendibles porque no obtuvo mayoría absoluta y requería concertar para acumular fuerzas.

La CONFIEP, los mismos que anunciaban el fin del mundo si él ganaba la presidencia y parte de la prensa que lo vilipendió, como por arte de magia, en menos de lo que canta un gallo, han dado un giro inesperado y ahora sí creen en la palabra del presidente electo luego que ninguno de ellos le creyó por más que se esforzó en hacerlo. Afirman estar dispuestos a apoyarlo y aseguran muy convencidos que el crecimiento del país seguirá inalterable con el nuevo gobernante.

Como lo detalla el formidable Carlín en una de sus caricaturas en la que un dirigente empresarial le sugiere a Ollanta “Para que vea que vamos a colaborar, le hemos preparado su gabinete, usted no se preocupe de nada”. Y la caricatura muestra a los futuros ministros, lo más rancio de la derecha peruana enquistados siempre en todos los gobiernos.

Esperemos que Ollanta sea firme. Que no se deje seducir por la fosforescencia fatua de los ricos ni que el poder que poseerá secuestre su lado más humano. Va a ser difícil que cumpla todo lo que ofreció. Pero tiene que mantener cierta agenda que permita entender que su talento para gobernar radicará en buscar que las palabras igualdad, justicia y paz sean realidades alcanzables y no expresiones espurias de campaña. Hacer lo contrario sería traicionar a los que creyeron en él y sepultar a las fuerzas de izquierda y democráticas por muchas décadas.

Si está dispuesto a mantener el rumbo económico, su agenda social debe de ser revolucionaria para cumplir con lo más medular de sus ofrecimientos, sin migajas ni goteos. Crecimiento económico con mayor redistribución. Inversión privada respetando los ecosistemas y las decisiones de las comunidades. Mejor educación y salud. Lucha sin tregua contra la corrupción empezando por los propios militantes. De este modo dignificar en algo la política tan prostituida por tanto sinvergüenza.

Que el inusitado apoyo de los empresarios y el afecto súbito de los perdedores, sea una muestra inicial que están dispuestos al sacrificio para salir del atraso. Que sirva para impulsar sus programas sociales y no para cercarlo y luego atraparlo. Ahora sólo falta que Cipriani, el impresentable cura fujimorista, le ofrende una misa en honor a su triunfo.