sábado, 19 de junio de 2010

El ministro Rafael Rey en una apasionada conferencia de prensa ha salido a fustigar a las organizaciones defensoras de Derechos Humanos que vigilan los juicios a los militares, policías y civiles que dirigieron, cometieron y encubrieron crímenes durante el aciago periodo de la lucha antisubversiva.

Afirma que esta injusta persecución contra los que “nos defendieron” del terrorismo tiene motivaciones políticas, ya que las organizaciones no gubernamentales muy en el fondo, buscan patrocinar solapadamente los derechos de los violentistas y al mismo tiempo cobrar una especie de venganza política-jurídica. Por ello la persecución y encarcelamiento de estos señores es arbitraria e infame.

Su razonamiento es mañoso y básico. Sostiene que estos “excesos” fueron cometidos por soldados que pusieron el pecho para protegernos de los levantados en armas, son delitos de función y por lo tanto pertenecen al Fuero Militar su juzgamiento. Y este país ingrato debe rendirles pleitesía y demostrar agradecimiento con estos prohombres en vez de profanar sus honras.

Con subterfugios verbales deliberados hace un amasijo de las circunstancias para confundir alevosamente. Una cosa son los excesos que los hubo y otra el asesinato calculado de hombres, mujeres y niños fundamentalmente quechua hablantes como en el caso de Accomarca, Cayara, los asesinatos sistemáticos en el Cuartel los Cabitos, el de Putis quizás el más deplorable donde humildes campesinos que huyeron del senderismo para ser protegidos en el cuartel, sin sospechar que allí los harían cavar una inmensa tumba (piscigranja les dijeron) y luego de violar a las mujeres, los asesinaron junto a sus hijos con frialdad perversa.

Aunque intente decir lo contrario, a estos soldados protege Rey con el aval del Presidente. También defiende al general Juan Rivera Lazo organizador del grupo Colina, aquel que asesinó a nueve estudiantes y un profesor de la Universidad la Cantuta y quince personas en Barrios Altos. Estos no son combatientes, son tan criminales como los alzaron sus armas, so pretexto de la lucha armada, contra peruanos que no comulgaron con su frenesí. La guerra, señor ministro tiene sus reglas, hay protocolos que impiden ultimar a los rendidos, atacar a los civiles indefensos, matar a los inocentes.

Usted no muestra ningún respeto por los pobres que fueron cobardemente ultimados, igual que el Cardenal Cipriani con quien milita en el ala ultraconservadora de la Iglesia Católica, piensa que las vidas y los derechos de sencillos campesinos del ande “son una cojudez” y no se merecen el respeto y consideración como cualquier peruano.

NOTA: Mientras concluía este artículo me enteré de la lamentable defunción de José Saramago, uno de mis escritores favoritos. Sus libros se convirtieron en la conciencia de muchas generaciones. Un abrazo maestro, allá hay otros tan inmensos como tú esperándote.

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