domingo, 24 de julio de 2011

Dos asuntos paralelos y curiosos están sucediendo estos días. El presidente saliente Alan García, frenético como nunca, anda en una maratónica carrera inaugurando cuanta obra esté a su alcance, sin importar en absoluto las condiciones en las que se encuentren. Por otro lado, el presidente entrante Ollanta Humala circula en otra carrera a la caza y evaluación de políticos y técnicos para la función de ministros y otros puestos claves del poder.

El delirio por las inauguraciones de Alan explica esa ansia patética y monumental, como su Cristo hecho son sospechosas donaciones, por pasar a la posteridad como el mandatario de las grandes construcciones. Aún éstas estén inconclusas y no funcionales como el tren eléctrico que graciosamente ya fue inaugurado por él mismo en 1989, un hospital en Chiclayo inacabado y las fachadas de otras tantas obras apenas iniciadas sin el más mínimo respeto por el país.

Sin embargo, la mejor y más grande obra de nuestro faraónico presidente es indiscutiblemente la corrupción, por la que sin lugar a dudas, lo vamos a recordar todos eternamente. El caso del chuponeo de BTR que destapó la bazofia gobiernista y sus operadores. Cofopri y sus negociados rematando tierras a precios ridículos. Sus vínculos sospechosos con Odebrecht y Graña y Montero. Los indultos a corruptos de regímenes anteriores y del suyo y a delincuentes sentenciados por narcotráfico, etc.

En tanto, Ollanta Humala prensado por los diarios de la derecha por la metida de pata de su hermano, anda a tientas e indeciso entre cumplir lo que ofreció en la campaña o ceder a las intimidaciones de los perdedores. Tanto viaje lo han hecho perder un poco la perspectiva, y el entusiasmo que generó su triunfo va esfumándose a medida que se acerca su juramentación, en tanto aparecen los personajes de siempre en los puestos decisivos del poder. Recién vamos a saber de que madera está hecha el nuevo mandatario.

La trepada de los perdedores ha sido fuerte. Durante buen tiempo cada grupo de poder con su medio le armaba el gabinete ideal para los financieros. Al final la estrategia les funcionó, fueron quedando algunos de ellos, y ya tenemos un ministro de economía y un presidente ratificado en BCR aplaudidos y sacramentados por la satisfacción empresarial. Eso les basta, el resto es chauchilla. Esta maniobra puede solucionarle los problemas con los empresarios a Ollanta pero generarán un potencial malestar en la población que puede desencadenar en protestas y reclamos fundamentalmente en las regiones.

Allí los tenemos, son nuestros dos principales personajes por el momento, metidos cada uno en su propio laberinto. Inconclusos ambos. Uno de salida y con ansias de inmortalidad pero al mismo tiempo preocupado por las investigaciones futuras sobre su cuestionable desempeño. El otro con una espinosa incertidumbre: si cumplir lo prometido y enemistarse con la poderosa derecha peruana, o transitar por el medio repartiendo un poco para abajo y otro más para arriba, dejando para el olvido las reformas fundamentales por las que votaron millones de pobres.

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