sábado, 12 de noviembre de 2011

Si el affaire del vicepresidente Omar Chehade es un trago amargo y una piedra en el camino, la inicial protesta anti minera en las tres regiones de Cajamarca, Ancash y Apurímac, y que muestra ímpetus de extenderse a otras más, resultará siendo un aluvión que ponga en veda la primavera gobiernista que ha venido disfrutando en estos más de cien iníciales días en el poder.

EL tema para el presidente es crítico. Lo que decida lo va a dejar mal parado. Si opta por la perspectiva empresarial para honrar el compromiso post elección con ellos de dar luz verde a todos los proyectos mineros a cambio de una nueva estructura tributaria, y de esta manera recabar más efectivo y poseer la capacidad de implementar mejor sus proyectos de inclusión social, tendrá sin lugar a dudas, la decepción de millones de sus electores convertidos automáticamente en oposición.

Y si resuelve honrar su promesa electoral de defender el agua y la vida y consentir la determinación de los agricultores allí donde haya proyectos mineros, tendrá muchas aristas que limar. Por una lado se le achicará la caja, el mundo financiero y empresarial lo está observando con lupa para calificarlo, e inmediatamente el carga montón de los operadores periodísticos de la gran industria extractiva empezará con su ajetreada maquinaria demoledora. Entonces lo de chavista, comunista, velasquista y otras istas serán nuevamente titulares.

Con un variopinto gabinete armado para satisfacer a perro, perico y gato, y con las colosales torpezas con que vienen afrontando sus ministros estos conflictos (el de Energía y Minas regresó de Cajamarca en el avión de Yanacocha, una de las partes en conflicto, y nuevamente el mismo con el de Agricultura abandonaron Andahuaylas intempestivamente para desencanto de los lugareños), es hora que el presidente tome las riendas de un rompecabezas que va a quitarle el sueño y puede jaquearlo.

No olvidemos que Fujimori promulgó la ley de la minería en un contexto en el que país estaba aislado económicamente y por lo tanto se la izo sólo pensando en ellos, sin importar los agricultores y campesinos propietarios de la tierra. Los mismos que tras dos décadas sus penurias económicas no han variado. Entonces necesitamos un reordenamiento territorial que contenga zonas de exclusión para la actividad minera, allí donde yacen las cabeceras de agua, que impida la tala de los bosques y proteja la cultura de la gente.

Y sobre todo requerimos de un presidente que muestre la capacidad estimular la inversión privada que no contamine nuestro mundo y respete a nuestros ciudadanos. Y que tenga el coraje de decirle no a las empresas que con malas artes y la complicidad gubernamental se han apoderado de inmensos territorios para usufructuarlos y devastarlos a cambio de poco. Que honre con su compromiso de defender el agua allí donde es insustituible. Si tiene un plan para conciliar estas opciones contrapuestas en buena hora, pero ya es el momento que abandone la manida estrategia de agradar a dios y al diablo sin resultados.

                                                                         


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