sábado, 2 de junio de 2012


CUALQUIER PARECIDO ES ¿PURA COINCIDENCIA?
Los parecidos son asombrosos, pero no deberían asombrarnos. Alberto Fujimori y Ollanta Humala, los dos presidentes elegidos por el mayoritario voto ciudadano gracias a su oferta popular. Al mismo tiempo los dos más grandes alevosos al pueblo y a sus promesas, tienen demasiados semejanzas que deberíamos tomar en serio. Así es esta malnacida  vida republicana nuestra tan exquisita en ofrecernos ilustres esperpentos.
Si no veamos algunas de ellas. Fujimori le ganó al candidato de la derecha Mario Vargas Llosa con un discurso opositor y un eslogan que caló: Honradez, tecnología y trabajo. Ya sentado en el sillón presidencial se apropió del plan de la derecha, tiró al tacho de la basura su eslogan, dio un golpe de estado con argumentos falaces, licenció a sus colaboradores y técnicos de izquierda que lo apoyaron. Resultado, nos sumió en una década de vergüenza, crímenes y asalto al erario nacional.
Ollanta no pretende ser un segundón. También tiene lo suyo. En campaña fue el candidato antisistema, el representante izquierdista  de los pobres a quienes les resucitó la esperanza por  justicia social y una lucha frontal contra el abuso de las mineras y el gran capital. Una vez en el poder hizo su mejor acto den travestismo político. Abrazó agradecido el neoliberalismo como bandera, despachó a los cuadros de izquierda que lo apoyaron en campaña y hoy viaja con Roque Benavides, uno de los dueños de Minera Yanacocha, quien lo aplaude feliz en los foros internacionales.  
Fujimori militarizó el país para gobernar e implementar una razia cometiendo los crímenes más espantosos. Ollanta hace lo suyo en las zonas de protesta y ya van doce muertos en menos de un año de gobierno. El primero implementó los jueces sin rostro para mantener la impunidad y la cárcel para muchos inocentes. El segundo secuestra a dirigentes y autoridades, como al alcalde de Espinar trasladado a Ica,  fuera de su jurisdicción, para ser enjuiciado y posiblemente sentenciado por algún juez obsecuente. Y en sicosociales son brillantes. Ambos con sus rasputines bajo sombra: Montesinos uno, Villafuerte el otro.
Los dos han sabido rodearse de perfectos incompetentes y muchos pícaros. En el caso Fujimori la saga es larga por los años que usurpó el poder. Ollanta también muestra talento para no pasar inadvertido. Dos presidentes incultos y ordinarios no pueden tener cerca a quienes los puedan opacar. Para el japonés toda oposición era subversiva, para el militar toda reclamo es extremista. Como lo explica Carlín en su genial caricatura: “La mejor prueba de que los de Espinar son radicales violentistas es que el 76% de ellos votó por Humala”. Suficiente.
Pero en otras traiciones los dos se llevan las palmas de oro. No sólo cojudearon al pueblo que les creyó. Fujimorí traicionó a la mujer que le puso el dinero para su campaña. Susana Higuchi, la madre de sus hijos y primera dama de país. La misma que tuvo el valor de denunciar el pillaje que cometía la familia del dictador, terminó torturada, dopada y expectorada del poder. Ollanta para no desafinar, negó al hermano que perpetró el andahuaylazo con su venia, rechazó en todos los idiomas ser el artífice de tal locura, que él de conspirador no tenía nada, y para que todos le creamos, envío al hermano sentenciado a un penal que no le corresponde. La Derecha Bruta y Achorada (DBA) y su prensa suspira en halagos a su presidente redimido.
Con fujimoristas y representantes de las corporaciones en su gabinete. Y con ese discursito pobretón pero peligroso, y ante la perspectiva de más protestas de un pueblo que se siente estafado, como asevera Hildebrant  en su semanario “la traición también genera violencia”, no sería nada extraño que termine pisoteando una vez más esta prostituida democracia y a nuestra criticada constitución. Aunque, maldita coincidencia, ambos juraron ser presidentes sobre la nostálgica Constitución de 79. 

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