domingo, 8 de junio de 2014

Y CON LAS OTRAS MAFIAS QUÉ HACEMOS


Atacar frontalmente la corrupción en los gobiernos regionales, es sin duda, la noticia de moda. Millones de soles mal invertidos, otros tantos robados parta asegurar reelecciones y acopiar fortunas. Estos noveles organismos se han transmutado en pujantes mafias. Y con ello, también, en briosos y amenazadores competidores de su correlato superior, la vigorosa e intocable mafia capitalina administrada desde siempre por el poder central. Como dice la caricatura de Heduardo: es hora que la mafia limeña haga los ajustes en las mafias regionales.

Es manida costumbre en nuestro país que la coyuntura maneja la agenda nacional. Cada nuevo escándalo, caído de maduro u organizado, es la sensación periodística hasta que pase de moda y todos olvidemos el fondo del asunto. Genera sesiones extraordinarias de ministros, plenos del congreso y aburridas opiniones de expertos. Con estos escándalos regionales, ahora, se plantea leyes específicas para evitar la corrupción allí donde prospera gracias a la inacción estatal, la concupiscencia monetaria de los elegidos y el entumecimiento de una sociedad sin ciudadanos. ¿Y qué hacemos con el resto de la corrupción que pervive plácidamente en todos los estamentos del estado, de la política y de la economía nacional? ¿Más leyes específicas?

El Perú, desgraciadamente, es un país cuyas células motores son dinámicas mafias organizadas en todo su corpus, y las células madre son los sucesivos gobiernos que han perdurado, prosperado y alimentado la corrupción durante dos centurias. Presidentes mafiosos, ministros mafiosos, parlamentarios mafiosos. Los partidos políticos como fructíferos semilleros de bribones, tanto de derecha como de izquierda. Los empresarios que juegan en pared sin importarles principios. Hasta la elección y representación más inimaginable se organizan con el concepto de mafia y los sindicatos son prueba de ello. Ni el deporte es ajeno a esta malhadada realidad.

Sin duda alguna no existirá ley ni leyes que nos salve de este pandemónium infecto. El país requiere un ingreso urgente a cuidados intensivos. Y una gran, pero gran transformación cultural. Una reforma total de todas nuestras estructuras y definiendo a la educación como el eje inevitable de toda este proceso. No un estado que se limite a ser un mero anfitrión de inversionistas, sino uno que mire al país como una posibilidad y a sus ciudadanos como hombres, mujeres y niños con esperanzas. Mas no como simples estadísticas y probables electores. Entonces la honradez volverá a ser la regla y no la excepción.


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