sábado, 22 de diciembre de 2012


ACCOMARCA Y CONNECTICUT

Los 23 niños fueron encerrados en la casa de Rufina de la Cruz. Luego las patrullas  Lince al mando del subteniente Telmo Hurtado el “Carnicero de los Andes” y la del Teniente Juan Rivera Rondón dispararon sin piedad alguna. Finalmente detonaron las granadas para asegurarse que ningún indefenso niño quedara vivo. Era el procedimiento de rigor en las zonas de emergencia. Lo mismo hicieron con los varones y las mujeres. Ayacucho, Perú  14 de agosto de 1985.  

Adam Lanza, joven de 20 años, posiblemente psicópata, ingresa fuertemente armado con un rifle y tres pistolas (armas que poesía su madre) a la escuela Sandy Hook Elementary y dispara a un grupo de pequeños alumnos. Luego se suicida. La trágica cifra final fue 20 niños asesinados y siete adultos, incluida la progenitora del homicida. Connecticut, Estados Unidos 14 de diciembre de 2012.

Ambas masacres en las que fueron infantes las víctimas primordiales, tienen dos características especiales que los diferencian. Mientras los niños ayacuchanos fueron ignorados y sus padres acusados de “terrucos” para justificar la razia, en Estados Unidos el estupor por sus muertos ablandaron hasta las lágrimas al Presidente Obama.

En tanto en el Perú los causantes del brutal aniquilamiento fueron tropas del Ejército dirigidas por oficiales cuya misión era paradójicamente protegerlos de la insania senderista. En Connecticut fue un muchacho desequilibrado. Las tropas norteamericanas jamás disparan contra su gente. Sus crímenes inenarrables los realizan en otros países donde la lista es larga y macabra.

Jorge Bruce anota en su columna “El factor Humano” que El New York Times publicó en primera plana las fotos con el nombre de las víctimas. Y sostiene que lo mismo se debería haber hecha acá cuando hemos pasado por tragedias similares. Lamentablemente, lo que se ha buscado en todos estos años es deslegitimar las investigaciones, difuminar la verdad y santificar a los criminales.

Pero el “Carnicero de los Andes”, a quien sus superiores le ordenaron hacerse el loco para evadir la justicia e implicar a otros oficiales en ese entonces, ha empezado a confirmar lo que todo el mundo sabe. Que los asesinatos en masa de las comunidades quechua hablantes sospechosas de apoyar a Sendero Luminoso fue un modus operandi implementado por el ejército y avalada por los gobiernos de turno.

Pongámosle una flor a cada uno los niños asesinados, escribamos sus nombres en algún lugar visible para los ojos y el corazón. Llevemos a la justicia a todos los culpables para que reciban la sanción adecuada. Pero, principalmente, no permitamos que pretendan borrar nuestra memoria colectiva, de lo contrario, en menos de lo que canta un gallo volveremos a vivir la misma desventura.  



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